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jueves, 4 de octubre de 2018

Su madre no le creyó -hasta un día- que el pastor había violado su hijita

Santo Domingo. Es de un campo apartado de Santiago, y dueña absoluta de la carga emocional más grande que cerebro alguno pueda soportar. Así lo deja entrever ella, ‘La Chica del Batey’, como prefirió llamarse. Es una joven de 19 años que a los 13 perdió su inocencia en el lugar menos imaginado: la iglesia.



Con un pantalón tres cuartos (por debajo de las rodillas), una camiseta que dice: “El que me mantenga que se meta”, unas trenzas no tan bien hechas, unos tenis sin medias, y con un deseo inmenso de sacar hacia afuera ese manojo de resentimientos que la mantiene apartada de la iglesia desde hace seis años, decide romper su silencio.
“Yo era una niña que ni siquiera había desarrollado. Así como usted lo escucha, no había visto la primera menstruación y ya ese hombre me había desgraciado la vida”, respira. “Espérate que no quiero llorar, pero eso no lo he podido olvidar”. Sigue llorando con un llanto contagioso para el cual el equipo de LISTÍN DIARIO no fue preparado.

Vuelve la calma, pero no porque se hayan agotado las ganas de seguir el desahogo. “¿Yo te puedo decir cómo andaba vestida, verdad? Es para que tengas una idea de lo niña que yo era. Tenía puesto un vestido de florecitas que me regaló mi abuela con lazo atrás, puro de niña”, se calla sin dar detalles. Era comprensible su silencio.
“Me dicen que soy como una loquita, pero tengo sentimientos, ¿sabes?”, comenta para justificar las lágrimas que no dejan de caer sobre la vieja camiseta. “Dame un momento”, se dirige a la única habitación que tiene la pequeña casa donde vive con su abuela paterna. Termina de secarse la cara con la cortina que hace las veces de puerta entre la sala y el diminuto cuarto que se alcanza a ver, sin obstáculo.

Regresa aparentemente calmada y lista para decir a los lectores de LISTÍN DIARIO lo que pasó aquella vez y por qué decidió hablar. “Vamos al mambo”, bromeó para reponerse. “Tengo que cogerlo ‘chilin’ ahora, porque mire hermana, yo sí he sufrido en esta vida. Jesús, antes de ese demonio abusar de mí, ya yo era víctima de la pobreza y de todo”, se limpia los ojos y calla. Continúa el relato. “Ese día que él me violó yo fui a limpiar el templo con una prima de mi mamá. Ella me dijo que fuera despolvando los bancos, en lo que ella hacía una diligencia. Él entró con un olor a perfume, dizque que iba para una reunión. Me preguntó por la prima y cuando le conté que no estaba, de una vez me dijo, ‘ven acá, para enseñarte algo que quiero que limpien’. Yo fui, porque yo solo pensaba que estaba sirviendo a mi iglesia y que me iban a dar un dinerito por la limpieza. Ay Dios mío, no quiero llorar, ayúdame DiosÖ”, era el momento de esperar.

“Me besó con su asquerosa boca”
Fue corta la pausa. Ella es fuerte. “Fui a la parte de atrás con él a ver el sucio, y el sucio era él. Me dijo que no hablara ni media palabra aunque llegara alguien, que si no lo hacía me mataba. Me soltó el lazo del vestido que te dije, me lo quitó y comenzó a besarme con su asquerosa boca y a pasarme la mano, hasta que me desgració la vida”, toma unos minutos.

Un nudo en la garganta impidió hacer las preguntas correspondientes. Por suerte ella siguió hablando y dándole sentido a esta historia tan difícil de contar. “Yo lloré tanto y le dije: ‘¿Por qué usted me hace esto si me conoce desde chiquita? Yo no me he formado, yo soy una niña”, dice en medio de un llanto que daba deseo de abandonarlo todo.

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