Santo Domingo. Normalmente los latinoamericanos conocen la historia de Pablo Escobar, los Hermanos Ochoa o Carlos Lether cuando se habla de narcotráfico en la región. Son nombres ampliamente conocidos y caras muy sonoras que ayudaron a identificar el sangriento y cruel mundo de las drogas.
Son personajes hasta cierto punto mitificados por los documentales y narco telenovelas que llevaron a la cultura popular al manejo y funcionamiento de las estructuras delictivas ligadas al narcotráfico.
Lo que probablemente no se conoce con amplios detalles es que estos nombres necesitaron de otros no tan valorados o conocidos en la distribución de los narcóticos, que tenían a Estados Unidos como el gran mercado receptor.
Los Ochoa, Escobar o Lether corresponden a la primera cadena de producción de este mundo ilícito. El lado latinoamericano que producía los narcóticos y que hacía hasta lo imposible por hacerlos llegar a Estados Unidos, el gran mercado.
Y otros nombres, como los Augusto “Willie” Falcón, de 62 años, se encargaban de montar sus propios imperios, a base de terror, balas y mucha sangre derramada, en territorios como las paradisíacas playas de Miami, que para la década de 1970 era un territorio casi a exclusividad de las personas que se retiraban de la vida productiva y buscaban un descanso frente a la playa, a buenas temperaturas.
Así lo va explicando el documental “Cocaine Cowboys”, publicado en el año 2006, y que relata cómo el mundo de los narcóticos impuso sus propias leyes en Miami, y desde ahí su expansión hacia otras ciudades como San Francisco, en California, o a Nueva York.
A la cabeza de ese movimiento de malhechores que se asentó en Miami también había manos latinas: el sello de Augusto “Willie” Falcón, Gustavo Falcón (hermano de Willie), y Salvador ‘Sal’ Magluta, acusados en 1991 de enviar hacia Estados Unidos hasta 2 billones de dólares en tráfico de cocaína, que provenía básicamente de Colombia y de los carteles de Medellín.
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